Relato de Alicia Fernández (1992)

La maestra Patricia es casada pero la llaman “señorita”. El señor director es soltero, sin embargo no lo llaman señorito. Claro, los varones son señores siempre. Las mujeres, en cambio, para ser señoras tenemos que ser señoras de algún señor. Si no nos casamos somo señoras chiquitas: “señoritas”. Sólo al casarnos nos hacemos más grandes y nos pueden llamar “señoras”. Bueno, pero yo estaba hablando de la señorita Patricia, que también la llaman “segunda madre”. Es madre, entonces, pero madre virgen, porque ser soltera no está muy bien considerado en la escuela.

– ¿Cómo se llama tu señorita? – le pregunté a uno de sus alumnos.
– No sé – fue la respuesta. Otro alumno, Juan, enseguida dijo:
– Señorita Patricia.
– ¿Por qué no la llaman Patricia? – pregunté.
– Porque es la maestra – dijeron los dos a coro.
– ¿La señorita es casada?
– Sí – respondieron.
– ¿Tiene hijos?
– Sí, el hijo está en 3°B.
– ¿Cómo se llama a las mujeres casadas? – insistí.
– Señoras.
– Entonces, ¿por qué no la llaman señora?
– Ya te dije, porque es la maestra.

Juan y su amigo no podían explicarme que la señorita Patricia es maestra, y por eso su ser mujer y el uso de su sexualidad debe ser desmentido. No podían explicarme lo inexplicable. El sistema educativo acostumbra a mostrar y desmentir lo que muestra. Juan y su amigo no podían conocer lo que sabía, que sería más o menos así:

“Vemos que es casada, los hijos nos muestran que por lo menos alguna vez usó su sexualidad, pero debemos hacer de cuenta que eso no lo sabemos. Vamos a llamarla ‘señorita’ y pongámosle un delantal blanco para que nos sea más fácil olvidar su cuerpo femenino”.

En la escuela hay 25 señoritas (las maestras), un señor (el director) y tres porteras. Me dijeron que no son señoras ni señoritas. “¿Qué son?”, pregunté. “Porteras”, me respondieron.

Juan está en primer grado. Cuando termine su primario, trece mujeres desmentidas y ocultas formarán parte de su historia escolar. Juan ama al conocimiento, quiere aprender a leer y escribir, está aprendiendo a ser varón. Un día le pidió al papá que fuera a la reunión de madres a que citaba “la señorita”. La señorita escribió una nota en el cuaderno de Juan que decía: “Señora mamá: el lunes la espero en la reunión de madres”. Juan preguntó:

– ¿Puede venir mi papá?
– Sí, es igual – dijo la señorita-casada.

Juan quería que fuera su papá y le mostró la nota. El papá dijo:

– Esto es para tu mamá. La reunión es de “madres”.
– La maestra dijo que “es igual” que vayas vos – dijo Juan.

El papá llamado mamá fue a la reunión de madres, citado por la señora llamada señorita. Juan quedará atrapado en muchas desmentidas como ésta a lo largo de sus siete años de escuela primaria.

Juan quiere conocer, quiere aprender a leer y escribir, a hacer cuentas, quiere ser médico. La señorita (mujer oculta) le va a enseñar a leer y escribir. ¿Juan va a aprender a leer y escribir en forma neutra? Quien enseña, ¿no incidirá en Juan? Donde aprende, ¿no intervendrá en lo que aprende? El aprendizaje de la lectoescritura, ¿no será también desmentido? ¿No tendrá un sexo oculto? ¿No estará transversalizado por el lugar en que el sistema educativo colocó a esa señorita, mujer oculta?

El papá de Juan fue a la reunión de madres, por primera y última vez. Era el único papá. La señora-señorita maestra se dirigió a las veinte mamás y al único papá diciendo: “A los señores presentes”. A las veinte mujeres les pareció natural que por la presencia de un solo varón todas ellas perdieran el sexo femenino. Así habían sido nombradas-omitidas desde que nacieron. Sólo entre mujeres el lenguaje les permite ser mujeres. Ya desde chicas, cuando estabas entre nenas, se las nombraba “las nenas”, y si llegaba algún varón al grupo, entonces ellas desaparecían y se transformaban en “los nenes”.

Con el sexo femenino oculto por el lenguaje, con el cuerpo femenino ocultado por el delantal, con su estado de casada ocultado por el “señorita”, con su sexualidad adulta desmentida, Patricia dijo que “los chicos no se estaban portando tan bien como las chicas; que ella estaba utilizando un nuevo método para enseñar a escribir, que las madres no debían…, tenían la obligación de…, tenían que ajustarse a …”.

El padre de Juan, con los ojos puestos sobre Patricia, la miraba y no escuchaba. Recordaba un día, cuando estaba en primer grado, sentado justo como ahora, en el tercer banco, llorando porque no entendía lo que su señorita le pedía. En su interior sonaba la voz de su maestra diciendo: “los hombres no lloran”. Ahora, al acordarse, casi le asoman las lágrimas que aquella vez tuvo que ahogar.

Una señora-señorita habla a unas madres-señores presentes, a un padre-señora mamá y a un varón repleto de lágrimas escondidas para que le crean que es varón. ¿Qué aprenderán los alumnos y las alumnas junto con la lectoescritura? ¿Transversalizada por qué ideología estará la enseñanza de la escritura de las palabras? La enseñanza acerca de qué es varón y de qué es mujer no figura en el currículum de la escuela, pero el ocultamiento, la desmentida, la omisión de la identidad, entrenan a través de lo no dicho.


Extraído de:
Fernández, Alicia. (1992). La sexualidad atrapada de la señorita maestra, p. 17-20. Buenos Aires.

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